Silvia Núñez Esquer
Nogales,
Sonora, agosto 2014.- Rosa ya no tiene lágrimas, no habla, no se mueve. Sus
ojos rasgados se
han cerrado más de lo acostumbrado, ha llorado por dos noches
y un día y medio completos. No quiere voltear a ver a nadie, obedece cuando le
dan a tomar agua, cuando le frotan un poco de alcohol en el cuello y brazos,
tratando de reanimarla. Está ida, no parece darse cuenta de lo que ocurre.
Pronto nos percatamos de que esto no es así, lo que pasa es que su mirada sólo
tiene una dirección: El ataúd de su hija Dina Elizabeth López Muñoz, el cual
permanece frente al altar de la capilla de Santa María, contigua al Hospital
del Socorro, escuela y lugar de trabajo de Dina. Es blanco y
pequeño, casi como para una niña. Dina era una mujer de 21 años, bajita de
estatura y delgada, por eso las dimensiones del féretro. Es blanco porque era
el color de su vida. Así era su uniforme
de Enfermera; también era el color de su bondad para asistir a los demás, ya sea
en su vida particular o en su vida profesional. Pero si su existencia terminó a
una corta edad como son 21 años, más temprana era cuando casi niña, a los 17,
empezó a salir con el que después sería el padre de su hija...
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